Historias curiosas y divertidas recibidas durante la última edición del concurso de anécdotas campestres

Ya no quiero ir más con abuelo Por José Miguel

Allá por 1983, con 3 añitos, me fui de paseo con mi abuelo Demetrio a una de sus tierras del vallisoletano pueblo de Traspinedo. Ataviado con un peto y un sombrero de paja solo faltaba coger el cesto de mimbre que llenaríamos de uvas. Comer algún “chichote”(almendra) de camino era la norma; por supuesto recién cascada piedra en mano y con mucho cuidado. El orgullo de abuelo caminando junto a su nieto lo mantuvo siempre; como cuando le contaba al churrero de la feria acerca de mi profesión veintidós años después. Visto con ojos de adulto, el trayecto hacia el majuelo rondaba un único kilómetro. Sin embargo, la vuelta entonces se me debió de hacer interminable por lo que una vez apareció mi abuela Teresa espeté: “Ya no quiero ir más con abuelo”. Esta anécdota no solo la viví en primera persona, sino que la he escuchado de boca de mis abuelos en infinidad de ocasiones. Siempre que mi abuelo comenzaba a contarla ya sabía lo que seguía, pero nunca le interrumpí. Sabía que sería algo que echaría de menos pasados los años. Por eso ahora, os la cuento yo.  

La abuela Carmela Por Ruth

Mis tíos viven en una finca en Extremadura, en medio del campo. Las breves estancias estivales allí eran lo más para mi hermano y para mí que éramos niños urbanitos. Suponían una piscina para nosotros solos, con flotadores, colchonetas, juegos a la hora de la siesta, comer sopas de tomate con higos… Y Carmela ¡Ay Carmela! Era la abuela de mis primos, una mujer encantadora, robusta, de mejillas coloradas que hacía que el campo tuviese olor a bizcocho todas las tardes. ¡Ay carallo! Era su frase favorita, porque Carmela era gallega y de pura cepa además. Durante uno de esos veranos, yo me había llevado mi camiseta favorita, una heredada mi prima. Era blanca con un dibujo de una zapatilla roja, pero lo más chulo era que los cordones de la zapatilla eran de verdad. Pues bien, íbamos a ir al pueblo porque eran las fiestas, así que me quería poner mi camiseta molona y como no la encontraba pregunté a mi tía, resulta que la acababa de tender. Mohína me fui a la cocina y Carmela que me vio mustia me dijo “espera niña, ya verás”. Cogió la camiseta, salió al patio y os juro que en menos de un minuto ¡tachán! entro con la camiseta seca. A día de hoy aún no sé cómo lo hizo, pero para mí, desde ese día, tuve la firme certeza de que Carmela era una meiga maravillosa. Creencia que se acentuó cuando la vi cocer pulpo en un caldo morado y asomando los tentáculos. Esta maravillosa mujer nos dejó hace dos años, pero siempre conservaré su recuerdo, no todo el mundo tiene la suerte de conocer una meiga.  

El extraño caso de la gallina Por María José

Esta breve historia que voy a contar nos sucedió hace tres años. Mi familia y yo, vivimos en Madrid, pero tenemos una casa en la sierra a la que solemos ir los fines de semana y parte de las vacaciones. Un sábado, al llegar a la casa oímos un ruido extraño, no sabíamos identificarlo, ni tampoco de dónde provenía. Al principio, nos asustamos un poco pues no sabíamos qué podía ser y nos pusimos a investigar. Al acercarnos a la caseta del butano, oímos que de ahí procedía el sonido (la puerta de la caseta tiene una abertura inferior y superior de unos 30 cm). Abrimos la puerta y…¡Cuál sería nuestra sorpresa al encontrarnos allí una hermosa gallina! Un poco desplumada, eso sí. Se nos quedó a todos cara de sorpresa y nos echamos a reír. ¿Cómo pudo llegar una gallina hasta allí? No tenemos ninguna granja cerca y todos pensamos, ¿Ahora qué hacemos? A los niños les hizo mucha ilusión, pues la veían incluso como a una mascota que, incluso podía poner huevos. Mientras decidíamos qué hacer, la gallina se quedó el sábado y el domingo con nosotros. El domingo, cuando teníamos que regresar a Madrid, llegó el problema. Mis hijos se la querían llevar pero claro, ¿Qué haríamos con una gallina en un piso en Madrid? Así que decidimos dejarla. A lo mejor, igual que había venido se iba. La dejamos comida y agua. Y ya veríamos qué nos encontraríamos el sábado siguiente. Pasamos la semana pensando en la gallina y deseando volver a la sierra. Pues bien, cuando regresamos, allí estaba la gallina ¡tan feliz! ¡Hasta había puesto algún huevo! Claro…aquello no podía seguir así. Así que, ¡nos la comimos en pepitoria! Nooo, es broma. Pensando, pensando, recordamos que cerca de la estación de tren, a unos 4 km de distancia, había una granja, así que dicho y hecho. Nos llevamos a la gallina a la granja y allí la soltamos, para que estuviera en su ambiente. Y así acaba la historia del extraño caso de la gallina.

Mi perrita Linda Por Laura

Mi perrita Linda lleva conmigo 13 años. Hace poco tuve que hacer un viaje, y cómo no podía llevármela, la dejé en el pueblo, en casa de mis abuelos. Ellos adoran a los animales y la trataron como una reina, pero cuando los llamaba decían que estaba tristona y comía poco… Cuando regresé, me recibió con lametones y una alegría desbordante, creo que las dos nos alegramos del reencuentro. Este fin de semana volví al pueblo a visitar a los abuelos. Linda disfrutó del día corriendo por el campo, en plena libertad. Cuando llegó la hora de irnos, la perrita no aparecía. La buscamos por todas partes, pero no dió señales de vida. Me fui preocupada, pero supuse que aparecería en cualquier momento sana y salva. Cuando llegué a mi casa y abrí el maletero del coche, para sacar las frutas y verduras que siempre me dan los abuelos, allí estaba, agazapada entre las bolsas y cajas, con cara de culpabilidad. Supongo que aprovechó algún descuido para esconderse allí, pensando que otra vez la dejaría en el pueblo. La sorpresa y alegría que me llevé al verla, me hizo olvidar el susto que me había dado. Ella solo quería volver a casa conmigo ¡Qué lista mi bichito!

Campos de algodón Por Magdalena

Hace unos meses, fuimos al campo de mi prima, y resulta que yo en un campo de al lado vi que había algodones, y le pregunté que si podía coger (al dueño) unos cuántos como recuerdo, cuando me volví la espalda, desparecieron mi familiares, y claro como todo era campo, y el coche lo dejamos en un camino de tierra, y no los veía ahora no sabía para dónde tirar. Para colmo, voy y me dejo en el coche el móvil, así que hasta que pasó como 15 minutos que vinieron a por mí, estuve andando y andado hasta que nos encontramos.

Salto Ángel, Venezuela Por Clau

La caída más alta del mundo. Una enorme catarata que me envolvió en desde el primer momento que estudie su historia, siempre quise visitarla ya que vive envuelta en un halo de magia. Para poder ir hasta el Salto Ángel fue toda una aventura, pues el acceso hasta el parque nacional solo es posible en avioneta. Yo aterrada de ir en una pensando que en cualquier momento podría caerme pero más pudo las ganas de hacer realidad mi sueño.