Un sueño hecho realidad

Aunque no vivo en una gran ciudad, sino en una urbanización en la que se respira bastante tranquilidad, una de las mejores etapas de mi vida fue precisamente en medio de la naturaleza: para ser exactos, en un país que consideraría el paraíso si no fuese por los cambios radicales y rápidos de temperatura… Si quieres ver el sol y ponerte manga corta, ver como se empieza a nublar, a llover y a caer nieve en menos de una hora, ¡no dudes en irte a Irlanda! Mi experiencia comenzó con la proposición de una conocida de irme a trabajar cuidando a tres niñas a una casa que estaba a las afueras (muy a las afueras, en realidad… tardabas 55 minutos y 23 euros en coger el bus para ir al centro… autobús que, por cierto, pasaba una o dos veces al día); sin coche, sin conocer a nadie, viviendo con una familia ajena y sin saber el idioma… ¡Iba apañada! Pero al llegar allí, la realidad es muy distinta a como te la esperas: la gente era muy amable, aunque no hacen mucho esfuerzo por entenderte, todo sea dicho… te obligan a esforzarte en aprender el idioma; conocí la misma semana a un grupo de chicas españolas, francesas y rusas que vivían en el mismo pueblo que yo, algunas como au pairs y otras como voluntarias en la escuela, que me acogieron y me hicieron sentir como en casa al momento; el aire era limpio, aunque tardé unos meses en acostumbrarme al olor de las sábanas tendidas al aire libre, pues ¡todo está rodeado de vacas! Es una de las cosas que más me gustó: desde la ventana de las dos casas en las que viví tenía unas vistas geniales de prados verdes y decenas de vacas, que tuve ocasión de ordeñar ya que el granjero, que también era algo así como alcalde de la zona, era el tío de la niñas a las que cuidaba. ¡Fue un sueño hecho realidad!   Durante el verano, Pazo de Vilane celebró un concurso de anécdotas relacionadas con el campo, en el que recibimos historias o recuerdos especiales vividos en una casa de campo o en el pueblo. El relato de Rocío fue uno de los cinco finalistas.