¡Qué se escapa la coneja!

Que se escapa la coneja
Hoy compartimos el relato de Rosa, una de las cinco finalistas del concurso de anécdotas relacionadas con el campo, que celebramos en verano. ¡Qué se escapa la coneja! Como se vaya la Tomasa ¡veréis! Durante tres veranos consecutivos ese grito nos perseguía cada vez que mi amiga y yo entrábamos en la caseta de herramientas de madera de su tío y abríamos la portezuela de la conejera puesta en la esquina. Tomasa, una coneja común gorda, de pelaje espeso y pardo, parecía mirar únicamente el ventanuco por el que asomaba la torre de la catedral de Sigüenza al fondo y los matorrales que delimitaban la parcela. Sin embargo el animal mentía. En el tiempo de un parpadeo varias veces se revolvió y consiguió saltar fuera de la conejera, regalándonos bastantes raspones con sus patas. Siempre lograba engañarnos. En más de una ocasión nos obligó a arrinconarla con un cazamariposas que dejábamos con prudencia en la entrada de la caseta. Al cuarto año, durante el invierno, la coneja consiguió escaparse. Nos pasamos medio verano buscándola entre los matorrales, en los huecos de la propiedad, detrás de cada esquina. Finalmente dimos por sentado que Tomasa había corrido como una loca hacia los campos o hacia el Pinar. A día de hoy, me sigue gustando imaginarla con las orejas tiesas y los ojos despiertos moviendo la mandíbula feliz bajo la sombra de algún monte o corriendo entre los tallos.