Los nubeiros, unos duendecillos muy aguafiestas

Te acercamos a las historias y leyendas de la Galicia profunda de la mano de los nubeiros, unos duendecillos responsables de la lluvia y el mal tiempo.

Si eres como nosotros, de los que se encierran en casa en cuanto se acerca una tormenta, a lo mejor también te escabulles disimuladamente si te hablamos de los nubeiros, unos duendecillos malignos del acervo cultural gallego que, según la leyenda, son los causantes de esos espectaculares fenómenos naturales. 

Desde tiempos inmemoriales los habitantes del rural gallego han tenido mucho respeto a los llamados nubeiros, unos personajes mitológicos malignos que supuestamente manejan a su antojo las nubes con el fin de provocar rayos, truenos y lluvias torrenciales para así arruinar cosechas y días de fiesta. 

¿Pero quiénes son estos misteriosos y traviesos personajes?

Los nubeiros: unos duendes soplanubes

La belleza mágica de los paisajes interiores gallegos, con sus inmensas fragas de castaños, robles y acebos, ríos caudalosos y parajes umbríos ha inspirado a los hombres desde el inicio de los tiempos. Y es que en esas tardes desapacibles, lluviosas y oscuras no es difícil echar a volar la imaginación, sobre todo cuando el fuego crepita en las chimeneas de los pazos y el ambiente íntimo invita a contar historias sobrecogedoras. 

Por eso las leyendas gallegas tienen ese algo especial que engancha, y es que recogen una raíz telúrica, misteriosa y romántica que da la propia tierra.

Una de nuestras leyendas preferidas es la de los nubeiros, conocidos también como los soplanubes. En la sociedad celta -el pueblo prerrománico que habitó Galicia- donde la supervivencia dependía casi por completo de la ganadería y la agricultura, las oscilaciones del clima se seguían con preocupación. Un granizo a destiempo podía acabar en media hora con los alimentos de todo un año.  

De ahí que la creencia en los nubeiros, unos duendes que manejaban desde el cielo a su antojo y capricho las lluvias y tormentas, prendiera rápido entre las gentes sencillas del campo. 

Muchos describían a los nubeiros como duendes de tamaño medio –no tan pequeños como uno habitualmente los imagina- fortachones y corpulentos. 

Desde luego, no eran agraciados; su tez oscura y basta, la barba sucia y poblada, los ojos como brasas, malignamente brillantes, y las orejas y la boca enormes asustaban hasta a los más bravucones.

El atuendo no ayudaba, tampoco. Como vestían completamente de negro, se cubrían con pieles andrajosas y tocaban su cabeza con un sombrero de anchas alas tapando parte del rostro, nadie quería encontrarse con un nubeiro en medio del bosque o en un codo de un camino solitario, especialmente al caer la noche o en medio de una llovizna.  

Demonios expulsados del cielo… que quieren volver 

Bruma en Galicia

Nadie sabía a ciencia cierta dónde habitaban. ¿Quizá en la espesura de la fraga o en cuevas inaccesibles? ¿En casas labriegas abandonadas o en las palleiras de los pazos?

Lo cierto es que especialmente en los días de verano o de principios de otoño, en medio de jornadas risueñas de romerías y amores, y cuando nada presagiaba su aparición, allá surgían los nubeiros provocando devastadoras tormentas con aterradores relámpagos y truenos.

Ya en tiempos de la cristiandad se creía que los nubeiros eran en realidad pequeños demonios expulsados del cielo por San Miguel que buscaban venganza y aprovechaban la menor ocasión (un remolino de arena o un tornado) para impulsarse y subir a las nubes, para desde allí fastidiar a los hombres manejando a su antojo el clima. 

Por eso en muchas poblaciones del rural gallego, cuando se acercaba una borrasca peligrosa, los aldeanos corrían a la iglesia para alertar al párroco, quien  a su vez tañía las campanas con el fin de asustar y alejar a estos seres malignos.  

De ahí surgió esta tonada popular: 

Tanguen os cregos a campá,
Pra escorrentar ó Nubeiro,
Ben eles sudan… pra encher,
Pra todo o ano, o granceiro

Tocan los monjes la campana
para que huya el Nubeiro.
Bien ellos sudan para llenar
para todo el año, el granero

Con el tiempo, esta costumbre de hacer sonar las campanas para hacer huir a los nubeiros se asoció a la fiesta de Santa Brígida, que se celebra la noche del 31 de enero al 1 de febrero. En esa ocasión, de nuevo doblaban las campanas y los mozos batían palmas y hacían sonar cacharros y tambores. Todo con el mismo fin: asustar a los pequeños diablejos o nubeiros.  

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